Escafandra
me
hablaba de las maravillas
que
viven, danzan y cantan
bajo la
superficie
satinada
de los océanos.
el
zoológico marino era vasto en sus
recuerdos
de niña de talcahuano,
sin
embargo siempre volvía a pronunciar
aquella
palabra tan
desconocida
para mí:
esca…
escaf…
¡escafandra!
se repetía ella.
hace un
tiempo se internó
en
leguas marinas;
ya en la
isla
se apeó
de la ballena voladora,
y en
ella observó, caminó,
bebió y
fumó.
devuelta
a la ciudad
noté su
bronceado
-lengua
de un sol lejano e ignoto-
en forma
de esa
palabra
que tanto me nombraba.
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